viernes, 30 de noviembre de 2007

En Tenochtitlan

Ya soy, oficialmente, una “bicha transatlántica”!


Viaje y llegada

El aeropuerto de Frankfurt era un caos alemán pero de alguna manera conseguimos llegar a tiempo a la puerta de embarque después de sortear a muchos alemanes bordes. Allí fui también desplumada de 4 euros al comprar una pasta de dientes que pienso utilizar hasta el último átomo. Viajábamos en economy class, que en realidad es sinónimo de tercera clase, así que teníamos servicios mínimos que, comparados con otras aerolíneas, no estaban mal. Los de primera clase tenían asientos tipo ataúd-reclinable (no es broma), con mejores mantas, televisión por persona, bebidas ilimitadas y más grandes y quien sabe qué tonterías más. Las doce horas fueron interminables. Marcos dormía a ratos y a ratos se divertía chinchándome, pero yo, como soy un control freak, no podía dormirme, así que sufrí cada largísimo minuto. El avión decidió cambiar de ruta y no bordeamos los Estados Unidos sino que cruzamos todo el océano atlántico a pelo. Como avanzábamos en la misma dirección que el planeta, huíamos de la noche, que nos seguía los pasos sin llegar a alcanzarnos. Fueron mil horas de día, mientras la noche corría en pos nuestro y al final nos enganchó cuando cruzábamos el golfo de méxico, lentamente, en un atardecer de tres horas digno de el principito. Sólo al sobrevolar méxico, finalmente, la noche ganó la partida y vislumbramos las luces de la capital, un monstruo de ciudad, enorme e inacabable, no comparable a nada que yo haya visto. Las luces no eran naranjas-estándard como las de Europa sino de muchos colores, amarillas, rojas, verdes, azules, como una gigantesca constelación navideña a nuestros pies. Las luces palpitaban y se movían y quitaban la respiración. Eso era el distrito federal.

Aterrizamos. En inmigración nos tuvimos que separar. Yo con los migrantes, forma migratoria en mano y sin saber muy bien qué hacer. Mi primera impresión de los mexicanos: el tipo de inmigración, muy amable y dicharachero, me pregunta que cuánto tiempo me voy a quedar, le digo que tres meses y me estampa “120 días” en mi visado. Vaya, vaya! Pulso el botón de aduanas pero nos sale verde, así que no nos toca que nos revisen el equipaje.

Enseguida nos reunimos con sus padres. Son muy majos y enseguida me empiezan a explicar cosas de méxico, aunque ya no me entero mucho porque a esas alturas ya estaba medio zombi. Lo primero que me llamó la atención fueron los coches. El parking del aeropuerto era una colección de cochazos enormes y relucientes como cucarachas. Para que os hagáis una idea, todo el equipaje cupo de una en el maletero del coche de los padres de Marcos. ¡Aibá, qué pasmo! Pero no había que dejarse engañar por las apariencias. En cuanto nos metimos en el d.f, los cochazos empezaron a combinarse con autenticas antiguallas que por no tener no tenían ni luces ni matrículas. (Aunque como pronto veréis, tener luces en el coche no es de gran importancia en méxico.)

Luego fuimos a cenar a una taquería. Aunque Marcos llevaba como 3 meses decidiendo qué sería lo que comería al llegar a méxico, luego resultó que le pasó como al burro ese de no se donde, que se vio incapaz de escoger. Tras muchas vueltas aterrizamos en la susodicha taquería, donde nos pegamos un atracón de platos de nombres impronunciables, a cuál más picante. Yo no comí mucho porque sobretodo tenía sed, así que me atraqué de agua de horchata y de agua de jamaica y zumo de guayaba (aunque seguía teniendo sed). La cenota nos salió por 20 euros. ¡Jo!

Ya en casa de Marcos, después de que él fuese recibido a histéricos lametazos por su gigantesco y viejísimo perro (Max), me quedé dormida antes de contar hasta 3.

El Distrito Federal

Soñé que estaba en México y cuando me desperté estaba en México. Eran las siete de la mañana cuando me desperté y entraba la luz por la ventana. Fuera, México. Las casas que la noche anterior eran todas como gatos pardos se habían convertido en un mosaico de colores. Rosas, amarillas, lilas, azules, de todo. El barrio de Marcos es residencial y relativamente bienestante. Aún así la miseria está aquí siempre a la vuelta de la esquina (literalmente), detrás de los cochazos y las casas. Fuimos a comer tamales para desayunar. A punto estaba yo de comérmelo tal cual cuando Marcos me instó a quitarle el envoltorio de panocha de maiz, que, aparentemente, no es comestible. El chico que vendía tamales me invitó a un tamal solo porque era española viajando por méxico pese a que, como luego nos contó, no le alcanzaba el dinero para pagarle la escuela a sus hijos. El chico dijo que él no hablaba de política, pero en realidad lo que contaba era pura política. Regla de Markovnikov. Era triste. Una señora me echó mil bendiciones. En el parque había un caballo atado a un árbol, aunque, según Marcos, eso no es habitual. Hace bien en decírmelo. Es difícil saber lo que es habitual y lo que no. Me sentía afortunada de estar en un país tan bello, aunque tan triste, donde podía entenderme con todos, y todos podían entenderse conmigo. Max ladraba y saltaba y se arremolinaba en las piernas de Marcos, medio cojo, medio muerto, pero el más feliz de todos, feliz de ver a su amito antes de morirse.

La UNAM y los Murales

Aprovechamos que estábamos por ahí intentando comprar tiquets para el partido de los Pumas (no los conseguimos) para ir a la UNAM, o sease, la universidad nacional autónoma de méxico, donde Marcos estudió ingeniería petrolera durante tres meses antes de salir por patas a psicología (la historia es familiar, ¿no?). Era enorme y lo estudiantes pululaban felices entre las hectáreas de césped y los murales. No nos dio tiempo a verlos todos, y allí iba yo, cámara de fotos en mano, retratando todo y venciendo mi odio a tomar fotos. Me hacía desear más que nunca que Rocío estuviese aquí para sacar las fotos por mi, porque a mi, por más que me esfuerce, no me sale sacar fotos con sentimientos, como máximo alcanzo a que se vea mas o menos el paisaje. Pero es lo que hay. Tendré que aprender a expresarme con ese aparatito diabólico.

Los diabólicos conductores mexicanos

Aún no os he hablado del coche. “EL” coche que estaba esperando a Marcos es una nave espacial electrónica de vidrios ahumados, en fin, una pijada. Era tan moderno que tuve que hacerme con el manual de instrucciones para que Marcos pudiese sacar el freno de mano porque como se vio el freno de mano estaba dónde el pie. En fin, la verdad es que da algo de vergüenza pasearse con ese monstruo entre los millares de niños que venden chicles en los semáforos. Si se lo roban no será más que justicia divina. Al principio pensé que se me hacía raro ver a Marcos conduciendo un chevrolet o lo qué demonios sea eso (al fin y al cabo, ¿cuántas veces nos hemos colado él y yo en el metro de Barcelona?). Pronto aprendí que ese no era el meollo de la cuestión. Una vez en la jungla automovilística del D.F, Marcos se transmutó en la especie más temible del planeta: el conductor mexicano.

Para gran espanto mío, todas las leyendas sobre los coches y los conductores del DF no sólo eran ciertas sino que habían llegado amortiguadas por la distancia a España. La realidad era mucho más frappante. Los conductores mexicanos parecen considerar que conducir (o más bien, manejar) es un juego divertidísimo, y no están dispuestos a dejar que les arruinen la diversión unas cuantas estúpidas normas de tráfico. Ricos y pobres, todos tienen coche, y todos tienen ganas de jugar. El juego consiste en ganar 5 centímetros de ventaja cambiando constantemente de carril. Por tácito acuerdo, las normas son galantemente ignoradas, en su lugar substituídas por extraños rituales de cortesía indescifrables para el extranjero. En primer lugar, el intermitente es meramente decorativo. Jamás, bajo ninguna circunstancia, has de poner el intermitente para girar. ¡Eso sería dar ventaja al adversario, anunciándole tus intenciones! En casos extremos, cuando realmente necesitas girar (y no lo estás haciendo por puras ganas de molestar), sacarás la mano por la ventanilla y la harás ondular un par de veces, en cuyo caso el conductor de atrás te dejará pasar educadamente (pero sólo, repito, sólo, en este caso). Por lo demás, sacar la mano se considera el último recurso. Sospecho que cualquier conductor que se precie no usará de este ardid más de un par de veces por trayecto, y sólo cuando está a punto de pasarse su salida. Cuando dos (o tres, o cuatro) avenidas confluyen, los coches no te dejan entrar al flujo y hay que forzar la entrada, lo cual significa, literalmente, meter el morro del coche a traición entre los dos centímetros de distancia que hay entre coche y coche, y una vez has entrado entonces hay que intentar evitar por todos los medios que los demás entren. Se entiende, ¿no?

Sólo más tarde comprendí que en realidad Marcos no era mal conductor, sino que la conducción en el DF era toda otra historia. El caos automovilístico en el DF es de tales dimensiones que los conductores han tenido que inventarse su propio sistema para sobrevivir. Lo peor son los microbuses. Son autobuses “privados” que cubren ciertas rutas (la mayoría), así que los conductores ganan por cada pasajero que recogen. Como os podéis imaginar, cuando dos microbuses que cubren la misma ruta coinciden, se echan unas carreras dignas del formula 1 sazonadas por insultos gritados por la ventanilla. El trayecto vale 2 pesos, así que haced cuenta de lo mucho que han de acelerar para ganarse el sustento estos fitipaldis. Las avenidas confluyen sin semáforos y los coches, trailers y autobuses giran como rapidísimas peonzas en todas direcciones, pitando, insultándose, frenando o avanzando marcha atrás. La inminente colisión parece estar siempre a dos centímetros de distancia y, sin embargo, no llega. Asombroso. El caos aparente es en realidad una peligrosa danza de habilidad. No hace falta que nadie me diga que me ponga el cinturón. Para máxima seguridad, me encomiendo a la virgen de Guadalupe también, que no se si es patrona de los autos, pero seguro les echa un cable de vez en cuando. Poco a poco me acostumbro. Por otra parte, el hecho de que el coche de Marcos no esté asegurado aun me da cierta (pero solo cierta) confianza, porque Marcos se ve obligado a ser extra-cuidadoso. Inapreciable a primera vista, aunque después de unos cuantos rallies tengo que admitir que no conduce mal.

De Fiesta

Esta noche toca cena de gala. ¡Horror! Cuando me lo dijeron me vi en la coyuntura de Y YO CON ESTOS PELOS!. Después de que la prima de Marcos (Maite, 16) me ofreciese algunos de sus vestidos de “coctail” descubrí que se parecían mucho a mi único vestido de fiesta. Pre-aprobado éste pues por la madre de Marcos como “adecuado” (sospecho que ni siquiera este es lo bastante elegante, pero es lo que hay), Marcos y yo nos lanzamos esta mañana a la caza de zapatos en un centro comercial adecuadamente denominado “zapamundi”. También me corté el pelo y por solo cien pesos me lo esquilaron, alisaron, apotingaron y peinaron. Quedó bien. Sospecho que el peluquero se emocionó cuando le dije “haz lo que quieras”. En realidad es un poco injusto que se me exija elegancia después de haber paseado a Marcos por Barcelona vestido de mugrosito. En realidad, también, es un poco triste que tenga 23 años y no sepa vestirme de fiesta. Pero es divertido disfrazarse.

Sin más se despide atentamente vuestra servidora-corresponsal en México

y hasta la próxima.

sábado, 17 de noviembre de 2007

prefacio

Normalmente me comunico con palomas mensajeras. Lamento informaros, sin embargo, que el gobierno mexicano -como resultado del último convenio antinarcoterrorista con Estados Unidos- ha decidido prohibir definitivamente la entrada de palomas, sea cual fuere su procedencia o color, en la totalidad de su territorio. Gracias a la compasiva Virgen de Guadalupe Calderón no ha cerrado todavía las fronteras virtuales, así que a partir de ahora, y cuando el tiempo y la localización lo permitan, nos comunicaremos a través de ese perverso invento que es internet. A mis amigas viajeras parece haberles dado buen resultado con anterioridad.

Así que paso a presentaros el plan:

Nos vamos de viaje. De turistas, de cineastas, de investigadores, de guionistas, de justicieros, un poco de todo y un mucho de nada. A un país extraño (perdón, mexicanos). No sabemos exactamente a dónde vamos a ir a parar y aún menos qué vamos a ver, pero aparentemente eso es parte de la metodología en la investigación etnográfica. Confiamos en nuestra buena estrella, en la capacidad de socializar de Marcos, en el caché que da ser española y blanquita, en la resolución de la cámara y en los vidrios ahumados del coche que vamos a usar. Tras aterrizar en México D.F y superar el jetlag (7 horas atrás), cruzaremos los dedos para que no me ponga enferma y compraremos el equipo que nos falta (trípode, micro, cargador de batería en coche, grabadora de voz), o al menos el que nos alcance el dinero, un par de libretas, mantas, tienda de campaña (me dicen que en México es normal acampar en el campo real, y no entre cuatro árboles especialmente plantados para dar sombra), bolígrafos, ordenador-es (gracias a Nieves he adquirido el ordenador más deliciosamente retro y me propongo demostrar que es posible escribir el mejor guión del mundo sin un Mac ultrafashion y con menos de 400 MB de memoria), hacer acopio de mapas de carreteras, cámara de fotos, móvil, pasaporte, cepillo de dientes, y un largo etcétera. Y una velita a la Virgen, la que sea.

¿A dónde vamos exactamente?
A dónde Marcos diga y a dónde Altea le desvíe. La ruta prevista es (agarrad el mapa) D.F-Villahermosa-San Cristobal de las Casas-Salina Cruz- Acapulco- La Parota- D.F. Un bonito círculo, ¿verdad? Con parada en los dos grandes oceanos y, esperemos, algún cocotero por el camino bajo el cual hacerme una foto y daros envidia.

¿Qué vamos a hacer exactamente?
Exactamente, exactamente…euh. Marcos va a intentar poner en práctica extraños métodos de investigación que se parecen sospechosamente al turismo alternativo y yo voy a desenfundar la cámara mientras espero fervorosamente que nadie me dispare por ello. De puertas para fuera, eso es lo que él llama “una tesis” y lo que yo denomino “un documental”. Oh, que maravillosamente interdisciplinario.

¿Qué buscamos?
Presas, personas, molinos de viento, cocoteros, opiniones, energía hecha imagen, sentimientos hechos voz.

¿Qué va a pasar?
Ni idea.