viernes, 21 de diciembre de 2007

Continuación


Al rico pozole, con horchata!

Quetzalcoatl, la serpiente emplumada


La pirámide de marras (o del tepozteco)


Ahí arriba, si miráis bien, pero que muy bien, hay un puntito que es la pirámide.

Verano en invierno


Lapso temporal. Me he pasado la última semana mirando el teléfono y poniendo a M. de mal humor. El teléfono para más señas es rosa fucsia y cuando llamas rebotan las llamadas y suena riiiiiiing riiiiiiing, pero no es nadie, sólo el eco de tu llamada. De todas maneras os dejo aquí este fragmento que estaba escribiendo antes de que empezase a sentirme 7 horas por detrás del mundo.

“Sólo se como tres palabras en náhuatl. Ixta, que es blanco. Calli, que es casa. Y xochitl, que ya sabéis lo que es. Lo encomiable es que pueden combinarse a la holandesa y generar galaxias como ixtaxochitl (flor blanca) o ixtacalli (casa blanca), o xochicalli (casa de las flores). En realidad no estoy muy segura de que se combinen así, pero de todas formas es divertido pensar que si y de todas maneras suena lo suficientemente bizarro. Y además ni falta hace el náhuatl para no entender a los mexicanos. En méxico, los coches son autos, o carros, o naves, según quien hable, y los carros se manejan o se te avientan encima, según quien conduzca. Las puertas se jalan, los buses se agarran, los departamentos se rentan y los predios se venden. No vas a por algo, sino por algo; no es una cosa, es una madre. Las chicas no están buenas, sino que las morras están mamacitas, y los niños, o sea, los chamacos, o los escuincles, no juegan al escondite, sino a las escondidas. No pagas la entrada en pesos, pagas el boleto en baros, y no eres gilipollas, sino pendejo. Ni soy española, sino gallega o gachupina. Las pajas mentales son chaquetas mentales y las chaquetas son chamarras; los sujetadores son brassiéres y no te roban el coche: te volan el carro. Además de los galicismos, heredados de una ocupación francesa de la cual jamás tuve noticia, están los anglicismos, ¿o debería decir gringuismos?, eso si, pronunciados con auténtico acento americano. La gente va de shopping y se compra un arbol that big para después meterlo en la troca (de truck, camioneta) y comerse una dona (un donut). Las zonas VIP no se pronuncian “vip”, sino vi-ai-pi, y no es spiderman, sino “spaiderman”. Y, para acabar con mi recolección de palabras, las discotecas no son tales: son antros.”

Para entretenerme de mi obsesivo mirar el teléfono, Marcos se me llevó de turismo a Tepotzlán. Agarramos la autopista y zas, en un plis, porque ahora que son vacaciones universales hay mucho menos tráfico, nos plantamos en el pueblecito. Por el camino se veían montañas gigantescas y haces de maíz apilados con forma de tienda de campaña. Conducir en méxico no es como conducir en europa. México no es Europa pero en cierto modo es indescriptible. Era la primera vez que salía del DF de verdad de verdad porque cuando fuimos a las montañas del Ajusco casi no cuenta, están al ladito, es lo que se dice como irse a Montjuich. De todas formas cuando fuimos al Ajusco, que está a 1000 metros más arriba que la ciudad, la presión me dolía en los oídos. Quizá si sea cierto que el distrito federal está en el centro del mundo, como nos dijo un indio, y por eso cuando te alejas ves cambiar el clima metro a metro. Al norte, los árboles se vuelven más oscuros. Al sur, comienza la selva. Tepotzlán está en el sur y por eso todo se iba volviendo verde e infinito. La autopista era curvosa y una de las curvas se llamaba la curva de la pera. El nombre se ajustaba a la realidad. Primero había que subir una montaña y luego cuando empezaba la bajada había algo que no había visto nunca o si lo había visto no lo recuerdo: una rampa de frenado para los que se les estropeen los frenos. Y luego todo bajada camino de Cuernavaca hasta la desviación de Tepotzlán. Era un pueblo chiquito y pintoresco rollo pueblecito turístico de esos que limpian de las calles a los mendigos y todo se ve reluciente. Estaba a la sombra de unas montañas gigantescas y picudas que tenían un aire de Montserrat como para avergonzar a cualquier catalán. Sólo que eran mucho más grandes y con unos riscos mucho más impresionantes y en vez de un monasterio en la cumbre tenían una pirámide. Pero atención, la pirámide casi ni se veía desde abajo, de tan arriba que estaba. Y el único modo de subir era a pie. Obviamente, a eso íbamos. Yo iba toda refunfuñona y de mal humor y por más bonito que fuese el pueblo, y frondoso, y cuajado de buganvillas como un pastel de colores, casi se me corta la respiración cuando veo el caminito a subir. Más que camino parecía un lecho de río y la pendiente era como para espantar a cualquier bicho sedentario. La subida real eran 400 metros y parecíamos cabras brincando. Había más gente haciendo el recorrido, muchos de ellos gringos-mexicanos que a ratos hablaban castellano y a ratos americano y que a nadie le caían bien. Después de los últimos puestos de bebidas y comidas ya no había nada: solo montaña-selva a los lados, y el camino que subía y subía sin solución de continuidad, sin meta visible. Mis malos pulmones pero sobre todo la altura creciente hacían que notase mucho la falta de oxígeno y me tenía que parar todo el rato a recuperar el aliento. Y no se acababa aquello. Los riscos a los lados se iban haciendo más y más peliagudos de mirar y no querías dar un paso en falso. Al final llegamos a una quebrada y entre dos picos angostísimos estaba el último tramo, donde habían instalado unas escaleritas de metal para salvar la pendiente. Arriba de todo estaba la pirámide, diáfana y pequeña, contra el cielo siempre azul y a los pies, muy abajo, el pueblecito. Y los zopilotes volando buscando ratoncitos o más posiblemente una bolsa de patatas abandonada. Arriba nos cobraron 10 pesos por una botella de agua y le dije al señor que debería cobrarlas más caras pero me contestó que ellos no eran agarrados. No le quise decir que ya se las vería en Europa si algún día iba, donde no tendrían compasión y no la cobrarían al 50% más sino 1000 veces más cara. Pobres mexicanos, incluso cuando te sablean parecen ingenuos a los ojos de una Barcelonina. Pobres mexicanos, tan cerca de de los estados unidos y tan lejos de dios. Pobres de nosotros, también, que ignoramos todo de este continente que es como un jardín incluso en la metrópolis más asquerosa y nos enorgullecemos de ridículos monumentos cuya visita cobramos a precio de oro. Aquí los estudiantes pasan gratis. A veces solo los estudiantes mexicanos; a veces, todos. La bajada fue más fácil. En el pueblo compramos una tepoznieve. Las nieves son como helados hechos de nieve, con sabor añadido. Se ve que las de Tepoztlan son famosas y no me extraña porque tenían cientos de sabores (hasta de mole y de guisado de pollo). Yo me quedé con una de rosas y era increíble comerte un olor. Estaba hecha con pétalos de rosa triturados que sabían exactamente igual que a lo que huelen las rosas del rosal de la masía. Si al final resultó que lo de Como Agua Para Chocolate no era puro cuento y si que se usan los pétalos de rosa para cocinar.

Empiezo a recordar los nombres de los platos mexicanos y pude pedirme unas quesadillas de hongos con queso y flor de calabaza envueltas en tortilla azul acompañadas por un agua de fresa. Eran enormes y no pude acabármelas. Luego, en un patio interior, sorbiendo café y rodeada de plantas y a la sombra de las fantásticas montañas, comencé a darme cuenta de lo pendejos que estamos en europa. Es algo de lo que me voy dando cuenta cada vez más a menudo pero que en el fondo no quiero admitir porque yo le voy mucho a lo de ser europea. Oh, Europa Europa. Europa está vieja y gastada, tierra cultivada innumerables años, pero aquí el mundo aún es nuevo por más movistars que nazcan a cada esquina, el invierno es verano y los colores no son un invento del cine. Quizá haga mal en decirlo y debiera guardármelo para mi, no vaya a ser que se acabe de joder este edén, que aunque ya esté bastante jodido lo peor es que se ve a leguas que aún se puede exprimir más, mucho más. Cuando la gente va a la India, vuelven convertidos en místicos, tocados por un no-se-que divino. Pero cuando vas a Latinoamérica, creo yo, lo que ves te convierte en ser humano. Así, ser humano material, defectuoso, dolorido, ser humano que reniega del teatrillo del capital. Así que quizá vuelva convertida en eso. Le compré un regalo a una india. Luego nos fuimos a ver las posadas. Las posadas son unas fiestas que se hacen en los ocho días previos a la navidad y consisten en algo así como en cantar a las puertas de las casas pidiendo posada como María y José, y que desde la casa te la nieguen. Los dos grupos, el de adentro y el de afuera, van alternando los cánticos, y al final los de adentro abren las puertas. Y en todos los belenes falta el niño dios, que se pone el día de navidad. Y los niños rompen las piñatas de colores. Hay piñatas de todos los tamaños y se rellenan de dulces. Incluso había unas con la forma de las carabelas de colón supongo que por el mero gusto de romperlas. Y hay niños, niños por todas partes. Niños de todos los colores, también. Y los adornos de navidad se venden por quilos y por metros y no por packs enlatados pre-fabricados.

Ya decoramos el árbol en casa de Marcos, lo decoré con su madre, y al final de tantos adornos y luces casi no se veía el arbolito en cuestión. Marcos y su padre hicieron campaña pare que este año se comprara un árbol vivo y no uno cortado y al final tenemos árbol vivo (aunque algo seco). Me acordé del pinote y les dije que por qué no lo guardaban para el año siguiente y el siguiente y el siguiente. Se ve que en el sindicato ahora están de rollo ecologista. Y en casa de Marcos si que parece una posada porque mañana llega su hermana con su marido desde canadá para pasar aquí una semana y ya veremos como los van a alojar. La verdad es que está algo peliagudo porque con eso de que Maite y sus hijos también están aquí la hospitalidad se confunde con el gorronismo y al final Marcos ni deshacer pudo su maleta porque en su habitación, que es donde antes de venir nosotros se alojaban los hijos de Maite, no quedaba ni un cajoncito libre para meter las cosas. Bueno, si quedaba, pero me lo agencié yo. Y los armarios llenos a rebosar de la ropa de Maitecita, que es niña lista pero mimada, porque con eso de que César cuando nació se quedó medio enredado en el cordón y se mueve como a cámara lenta, el cuerpo, que no la mente, pues su hermana pequeña es la reina de la casa (de la casa que sea). A mi la verdad me parece un poco injusto cómo lo llevan, y siendo que es César quien estudia diseño en la universidad, me parece que clama al cielo que sea su hermana la que tenga un ordenador para chatear. En fin no es cosa mía y ya se las arreglarán entre ellos. Al final de regalo a César le compré un mp3 o mp4, ya ni lo se, y a Marcos le pareció excesivo porque era desproporcionado respecto a los otros regalos y porque era muy caro (no era muy caro, al menos no para una española, pero si desproporcionado, quizá si). Pero yo pensaba que era un buen regalo primero porque al chico le gusta lo audiovisual, segundo porque Maitecita ya tiene su ipod así que muy mal no se lo puede tomar, y tercero porque el chaval no lo tendrá nunca porque nunca pide nada para él, así que nunca le dan nada. Aunque quizá debiera añadir algo al regalo de Maite, porque un libro solo, aunque para mi los libros valgan mucho, parece poco. No se por qué se me antoja darle regalos a los “niños”, tampoco son tan niños, pero parece que tiene más sentido que regalarle cosas a los adultos. Al final llegamos a un acuerdo y es que se lo daríamos a parte y no con el resto de los regalos. Y es que a la cena de nochebuena vienen como 20 o no se cuántas personas. Y que quedaba feo darlo entre tanta gente para la que no teníamos regalos. Y yo, pero que cómo íbamos a dar regalos a tantas personas, si la mayoría no se ni quienes son. En fin, logísticas. Y que a ver cómo lo hacen con la hermana de Marcos, que se va a poner hecha una fiera si no le toca su habitación, que es donde están alojados Maite y sus hijos. Nosotros ya dijimos que nos daba igual irnos a dormir una semana a la biblioteca pero el padre de Marcos insistió en que no, que ya bastante trabajo le había costado defender lo que era de Marcos para que ahora fuésemos nosotros a tirar su esfuerzo por la borda. Claro, él quiere que sus hijos vuelvan a casa y sientan que tienen su espacio ahí, pero la verdad es que le cuesta. Y en fin, ya os contaré más cuando sepa como acaba el pequeño teatro doméstico.

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